Ganadores VIII Concurso «Europa rural»

por | May 9, 2025 | 0 Comentarios

Un año más, como cada 9 de mayo, celebramos el Día de Europa con la publicación de los textos ganadores de nuestro concurso «Europa rural». ¡Enhorabuena a los premiados! ¡Y gracias a todxs por participar! Nos pondremos en contacto con las personas ganadoras en breve.

Texto ganador en la categoría adulta:

Ríos y ninfas, de Estinaslao Pan García (Madrid)

Las ninfas del agua despertaron en Cantabria tras siglos de letargo. Se desperezaron en el río Asón, alzándose con sus coronas de espuma. Miraron a su alrededor. Europa había cambiado. Había carreteras, impuestos, y lo peor, reglamentos.
—¿Dónde están nuestros tributos, nuestros templos? —bramó una Ondina, mientras el agua temblaba.
—Desviados para hacer una autovía, hace ya unos años. ¡Pero aquí cerca hay un área de descanso muy limpia! —respondió cortésmente un lugareño que había salido a pasear con su galgo.
Indignadas, y viendo que eran las únicas que quedaban de su especie, exigieron ser reconocidas como deidades soberanas del agua en toda Europa. Bruselas envió a Jean-Pierre Dubois, experto en mitología aplicada y reglamentación europea.
—Europa tiene normas —dijo, sacando una carpeta—. Para ser diosas registradas deben completar el formulario AQU-42/B y demostrar actividad divina en los últimos 500 años.
—¡El agua no tiene fronteras! —protestó una Anjana, cuidadora de arroyos.
—Ahí coincidimos —dijo Dubois, mostrando un mapa—. Por eso existe la Directiva Europea de Protección de Aguas. Gracias a ella, el río Asón sigue limpio.
Las criaturas mitológicas se miraron, sorprendidas. El hombre tenía razón. Europa, con sus enrevesadas leyes, había hecho algo bueno.
Sonrieron.
Tres días después, Dubois flotaba río abajo, encantado con su ascenso a “Embajador Honorario de los Espíritus del Agua”. Bruselas cerró el caso con un lacónico informe: “Negociaciones satisfactorias. Se recomienda no insistir.”
Y así, el agua siguió fluyendo, más protegida que nunca, ignorando las fronteras y, a ratos, la burocracia.

Textos finalistas en la categoría adulta:

Comensales, de María Viota Moreno (Castro-Urdiales)

La cena huele a canela y vino tinto. Como cada Navidad, piensa Sofía, pero este año la mesa del comedor parece más pequeña. Su primo Marko -llegado a Arredondo desde Bratislava con una botella de slivovitz y los nudillos agrietados- discute con su tía francesa sobre el precio del gas. «C’est la guerre», suspira ella, partiendo un trozo de pan de Soba como si fuera un mapa.

En el sofá, las primas polacas susurran. Una lleva un lazo azul y amarillo en el pelo. «Es por Vira, nuestra becaria ucraniana», le explica a Sofía mientras pela una manzana. El cuchillo resbala y se hace un corte. Nadie llora, pero todos miran la herida.

De pronto, el abuelo griego golpea la mesa con su bastón: «¡Basta! Aquí no hay fronteras». Y entonces ocurre: Marko le pasa a su tía la botella de aguardiente; las primas vendan el dedo con un pañuelo bordado en Lviv; Sofía sirve café turco en la taza que heredó de su bisabuela alemana. Fuera, la nieve cae sobre el jardín como un manto neutral.

En la radio, «Imagine» de Lennon suena entre estática. «Qué vieja es esta canción», ríe el abuelo. Pero cuando llega el verso «y el mundo será uno solo», todos callan. Sofía aprieta la taza entre sus manos -aún caliente- y piensa que Europa es esto: un hogar que se reconstruye cada día, con otras manos que las que lo rompe.

¡EUROPA!, de María Viota Moreno (Castro-Urdiales)

El viejo Aristarco gritó desde el baño: “¡Lo tengo!” Su nieta, Corina, corrió escaleras arriba, resbalando con los papeles de un proyecto europeo que él llevaba décadas maquinando.

—Abuelo, ¿otra vez con lo de “¡Eureka!”? —dijo, viéndolo en la bañera, la barba mojada, los ojos brillantes.

—¡No! ¡Europa! —exclamó él, agitando una carta—. ¡La beca! ¡Me la conceden!

Corina arrugó la frente. Europa. Esa palabra que sonaba a eureka pero era más grande, más colectiva. Aristarco, el sabio loco de Gibaja, por fin viajaría a Bruselas para presentar su invento: un sistema de riego que entrelazaba ciencia ancestral y tecnología solar, diseñado para compartir agua entre regiones que nunca antes dialogaron. Su ambición no era técnica, sino simbólica: unir los cultivos del sur y del norte como las raíces de un mismo árbol, demostrando que el agua, más que frontera, puede ser puente.

—¿Y qué tiene que ver la bañera? —preguntó ella.

—¡Que Arquímedes también empezó aquí! —rió él—. Pero en vez de oro, yo encontré esto…

Le tendió un mapa dibujado en una servilleta: doce líneas entrelazadas y doce estrellas, formando una red sobre ciudades, ríos y fronteras borrosas.

—Corina, es un llamado a construir algo en conjunto.

Esa noche, mientras el abuelo cantaba la “Oda a la Alegría” y el murmullo del Asón les acompañaba, Corina entendió que Europa no era sino un eco compartido, un susurro que llevaba décadas repitiéndose en muchas lenguas y muchas tierras: “Esto no es mío. Es nuestro.”

Texto ganador en la categoría juvenil:

Mi lugar, de Ángel Villasol García (Soba)

En un pequeño enclave de Europa
Se encuentra mi valle con mucha roca
Y no está en Centroeuropa

Es en mi lugar donde se oye al búho ulular
Todo rodeado de naturaleza, es una belleza
En París está la torre Eiffel y aquí un sinfín de miel

Aquí hay roca caliza, como en la Torre de Pisa
El terreno es montañoso, pero no hay osos
Subiendo por Lusa, encontrarás unas escalerucas
En mi valle hay mucho roble y las personas son muy nobles

Aquí hay mucho haya, pero no hay playa
Hay mucha gente y todos viven en el presente.
Tenemos un queso delicioso y los niños son muy escandalosos

En Semana Santa ríe y canta
Las Pascuas llegarán y todos a celebrar
Recaudando dinero y siempre siguiendo el sendero

Llega el cuevanuco, ¡a vender papeletas en grupo!
Alguien pagará y a ver a quien le tocará

Paseando por el bosque aprovechando mi libertad
Me reúno con mis amigos ¡qué felicidad!

Me encanta escalar
Aquí hay mucha montaña
Es un no parar

La fiesta de Soba está
Preparen la barra, el dinero ya llegará
Y los mercadillos se montarán

En la Cascada del Asón el agua fluye
las anjanas se reúnen
y la leyenda se cumple

En Europa está mi lugar
Donde se puede jugar sin parar
Y donde encuentro la paz y la verdadera felicidad

¡Y es aquí en Soba donde se vive de verdad!

Textos finalistas en la categoría juvenil

El cuchicheo del espantapájaros, de Noa Martínez Lavín

Soy Noa y tengo once años. Vivo en un pueblito, Hazas de Soba, de la Europa rural. Los gallos cantan antes de salir el sol, los perros andan libres y los caballos te miran esperando les obsequies con azúcar y pan.

Un día, escuché una voz muy bajita. Creí que era el viento, pero no, era el espantapájaros. Se llama Pablo (eso me contó él) y lleva años cuidando los tomates, el maíz y también a los caracoles traviesos que se cuelan entre las plantas.

Pablo me contó que estaba triste porque ya no había niños en el pueblo. «Sin niños el pueblo se siente solo», me dijo. De pronto, se me ocurrió algo: mandarles un mensaje a mis amigos invitándoles a venir en verano. Les hablé del nacimiento del Asón, el mirador de las cascadas del Gándara y el nacimiento del río Gándara. Del cariño de los animales, salir a la calle sin miedo y los tortos de chorizo y chocolate que hago con mamá.

Ese verano vinieron muchos niños. Jugamos con los columpios que había hecho mi padre con cuerda y madera, anduvimos en bici, metimos los pies en el agua fría de los regatos y contamos historias sentados en los prados, bajo las estrellas.

Pablo, el espantapájaros, ya no está triste. Y yo… vivo feliz, porque creo que los pueblos son mágicos. Solo hay que saber apreciar los cuchicheos de la naturaleza… lo afortunados que somos de vivir aquí.

Mi pueblo tiene secretos, de Noa Martínez Lavín

Mi pueblo tiene secretos
que no se ven pasar,
en Hazas de Soba el viento
te enseña a imaginar.

Europa rural nos mira
desde lejos, sin saber
que aquí en la comarca Alto Asón
hay mil cosas por hacer.

Las montañas nos abrazan,
los cencerros suenan bien,
y las vacas en el prado
parecen jugar también.

Hay un río que murmura,
hay caminos por andar,
y un espantapájaros viejo
que me enseña a escuchar.

Mi pueblo es pequeñito
pero muy grande al soñar.
Y aunque un día me marche,
lo llevaré al caminar.
Dibujo enviado por Noa Martínez Lavín (¡gracias, Noa!)

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